Alguien me objetará que el sexo de nacimiento no lo elige uno. Le viene dado. Considero ésta una explicación simplista y superficial y, como tal, parcialmente falsa.
¿Quién decide el sexo del neonato? ¿Los padres? ¿Los fervorosos rezos a san Eulogio de Tiro? ¿Dios?
A estas alturas de mi vida y habiendo traspasado decididamente el umbral de la setentena, estoy persuadido que -digan lo que digan los genetistas y las leyes de Mendel- el sexo lo incuba uno desde la misma formación del feto y pasadas las catorce semanas de rigor, siempre que éste lo desee con suficiente fuerza y decisión ¿Quién dice que un feto carece de cerebro suficiente para -al menos- desear? Tal vez no tenga el caletre suficiente para elaborar una teoría fundamentada y ordenada de las cosas de la vida que le esperan pero el deseo, estoy persuadido, está ahí. Concluyendo la hipótesis -no sé si muy peregrina-, yo soy el responsable último de mi sexo y, en consecuencia, portador de mi vergüenza.
Y ahora me diréis ¿y por qué ruborizarse por ser hombre? Porque nuestra es la principal responsabilidad de la mayoría de los desafueros, catástrofes y holocaustos que recorren la historia de la humanidad. Condenamos durante milenios a las mujeres a ser un apéndice de la masculinidad, pero somos incapaces, al tiempo, de asumir nuestros propios errores, ora atribuyéndolos a otros hombres, ora a las mismas mujeres ¡Qué paradoja más inicua!
Sin embargo es cierto que los tiempos están cambiando y cada vez es menor el número de masculinos que siente invadidos sus territorios de dominación, pero también lo es que existe todavía un gran número de los que no quieren renunciar siquiera a un miserable plato de garbanzos si ello conlleva tener que compartirlo con una mujer (o un inmigrante, o una mujer inmigrante,… peor). Esto convierte a esos recalcitrantes en auténticas bestias, alimentan su propia ferocidad de animal herido, y consideran que su vida -menuda vida- está en peligro. Así que: ¿es o no es motivo de avergonzarse, como mínimo, ser hombre y compartir sexo con esos tipos?
Os revelaré por siempre mi gran secreto: Yo soy lesbiano y esto amortigua, al menos, la desdicha de ser hombre sin renunciar a serlo. Otra paradoja que añadir a la faltriquera.
Cerraré la perorata con un llamado a todas las féminas:
¡¡¡Mujeres del mundo, LIBERADME!!!