La noticia de la partida de Carlos Pérez Siquier me llegó estando de viaje por el Mediterráneo. No cesa el azar, tan caprichoso él, en dotar de luces a mi memoria.
Cada día al sacar la cámara me inundaba su mirada al llevar el ojo al visor intentando torpemente hacer llegar, a algún lugar del firmamento, mi cariño y mi respeto.
Indisoluble a mi recuerdo de Carlos está Jorge Rueda, más en este noviembre en el que se cumplen diez años desde que se nos fuera. Conocí a Pérez Siquier de la mano de Rueda con motivo de la exposición de fotografía «Agua al desnudo»* organizada por la Fundación Canal de Isabel II en Madrid.
De este primer encuentro, -él no me conocía de nada en una situación que tuvo su miga- entresaqué un talante sereno y amable. Nada afectado. Un hombre tranquilo y bueno. Sin intenciones huecas ni sobrevenidas. Después se sucedieron otros encuentros que no variaron mi primera impresión de su natural ser y estar, y sí ampliaron mi respeto a su trayectoria y una lealtad a la fotografía como vida… y pan de cada día.
Como la rueda no para de girar, al volver a Madrid leo «Carlos Pérez Siquier, siempre anclado en su Mediterráneo»*, un artículo entrañable escrito por Laura Terré para El País que me transporta, a vuelapluma, a un texto que Jorge Rueda escribiera a Pérez Siquier con el título «el mago» para el número siete de la revista Aquí Imagen, en el año 1984, que tengo hoy presente por incluirse en el proyecto de investigación, archivo y fondo de catalogación «Salvo libros y catálogos»*.
Ambos textos resuenan y me acercan a Pérez Siquier. En ellos percibo una misma pincelada, gruesa, sobre la textura y el color que imperan en la manera de mirar la fotografía y en la vida de Carlos, a pesar de los treinta y siete años de diferencia entre ambos escritos y del distinto trato profesional e íntimo.
Como en un diálogo ficticio, entresaco para vuestra lectura algunos fragmentos de cada texto: