«Güenos» días preciosa dama a la que las gafas le sientan de maravilla.
Cuando estrené mis primeras «ulleras» (tendría unos 8 o 9 años) sufrí mi primera decepción porque, en aquellos tiempos, ser miope y usar lentes era motivo de burlas feroces de compañeros de clase que dejaban mi autoestima infantil por los suelos.
Ese fue mi primer acoso escolar -hoy llamado con el ridículo nombre de bullyng- hasta el punto de que algunos desalmados me colocaron el sambenito de «cuatro-ojos y un pollito».
Nunca entendí lo del «pollito» pero dolía lo suyo porque te dejaba sumido en la mayor vejación.
Con «cuatro ojos» podía uno intentar sobreponerse a la ofensa, concibiendo que cuatro ojos ven más que dos y transformar un menosprecio en ventaja, pero ¿qué hacer con el «pollito» tan pequeño, frágil e indefenso? No había manera de sobreponerse…
Afortunadamente uno tenía sus amigos íntimos que -naturalmente- jamás aludían a mis carencias visuales y eso les convertía en contrapesos contra la inquina desalmada de los ofensores no profesionales. Seguramente por este sostén implícito, mis amigos íntimos eran mis amigos íntimos (ninguno de los cuales llevaba gafas).
Me vengué de los ofensores (especialmente de un tal Noguera, cabecilla del insulto) convirtiéndome en el «primero de la clase» regularmente y relegándoles al dudoso honor de ser el «coche escoba», es decir, el pelotón de los torpes.
Que satisfacción tan sabrosa, convincente y demoledora. Todavía no quepo en mí gracias a las antiparras.
Conclusión: Donde hay gafas hay esperanza.