Hace aproximadamente una semana vi en un informativo una breve escena que hasta hoy no he comprendido cabalmente.
La noticia aludía al contagio masivo en Mallorca y a algunos chicos que habían huido del hotel donde estaban confinados. El reportero o reportera seguía a dos de ellos para preguntarles seguramente por acción tan temeraria.
A dos pasos, tras los presumibles vástagos, iba una dama de cabello sospechosamente rubio que parecía actuar de maternal guardaespaldas.
Antes de que el reportero haga la pregunta: -¿Por qué actúan así?-, la señora, oliéndose la tostada, se vuelve bruscamente abalanzándose sobre el periodista con una cara de ferocidad indescriptible. Sus ojos desorbitados a punto de dispararse como balas de 9mm parabellum. Sus cejas con un fruncimiento furioso, viva imagen de la ira más desatada, y el foso infinito de una boca abierta de par en par muestra una dentadura tan perfecta como canina y predadora.
La hiper-agresiva doña, tomando la iniciativa, le escupe al inerme portador del micro -que supongo con una mezcla de estupor y de espanto como yo-, esta lapidaria declaración a modo de conjuro:
– ¡¡¡Mis hijos son LIBRES!!!
Hasta hoy no me he repuesto del asombro y eso es lo que ha nublado mi mente. Ahora está diáfana la consigna de Ayuso: Socialismo, comunismo o libertad.
Su libertad consiste en hacer lo que les venga en gana sin considerar las consecuencias por terribles que puedan ser. Es su libertad del libre mercado para extorsionar, someter y expoliar a los que nos dejan la misérrima libertad de tomarnos una cervecita en el bar Paco.
Su libertad va más allá de la pandemia y es, exactamente, en menoscabo de la mayoría. Su libertad y la nuestra están frente a frente y la suya tiene una cara de gremlin malo que produce pavor.
Al periodista: no preguntes lo que debes hasta saber a quién preguntas. La próxima vez quizás no tengas tanta suerte.