LA PREOCUPACIÓN POR LA PALABRA: José Manuel Caballero Bonald.
«Si miras un reloj y esperas impasible
a que pase un minuto,
comprenderás al fin en qué consiste
la eternidad.
Detente, caminante,
escucha
esos latidos perentorios, ese inconmensurable
desplazamiento de tu corazón
que deja por momentos un gran foso vacío
entre lo efímero y lo permanente.
El instante que pasa ocupa todo el tiempo.
No hay final ni principio:
sólo el todo y la nada equidistando»
Didáctica (Empédocles, Polemos)
Hoy se cumple un año de la muerte del autor más longevo de la llamada «Generación del 50» -o «Generación de los Niños de la Guerra»- conformada por aquellos autores que nacieron hacia los años 20 y que publicaron en la década de los 50.
Integrada por Ángel González, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valiente, Claudio Rodríguez, Francisco Brines, y José Manuel Caballero Bonald entre otros.
Protagonista del homenaje a Machado en Colliure en 1959 y en Baeza en 1966 –según la correspondencia para su organización-.
«No soy nada partidario de lo que podrían llamarse concentraciones parcelarias de la literatura. Quiero decir que no comparto todo eso de la agrupación de ciertos escritores de acuerdo con determinadas inducciones de la historia o la geografía. Pero, una vez admitida esa especie de simplificación didáctica, pienso que el llamado grupo poético del 50 tuvo sus naturales motivaciones amistosas y políticas.
Desde un punto de vista estrictamente literario, los poetas de ese grupo sólo tenían coincidencias muy livianas. De lo que sí disponían era de otras consabidas afinidades: la procedencia familiar o universitaria, los hábitos del trasnochador, la estatura, ciertos gustos culturales y, sobre todo, la actividad antifranquista. Pero lo que tal vez hiciera las veces de factor de cohesión del grupo fue la jactanciosa empresa de formar un frente común contra la grisura y la mediocridad imperantes. Eso es al menos lo que yo, mal que bien, recuerdo a estas alturas de la supervivencia.»
Asomarse a la obra de José Manuel Caballero Bonald, Pepe entre amigos, es sentir una cascada que desemboca en la mar de una poesía de revolucionaria contemporaneidad.
No encuentras a un poeta lineal -de predecible creación-.
Ni percibes dogmas ni sentencias -propias del pensar ajeno y rancio-.
Te envuelven versos rebosantes de vulgar contradicción y franqueza; de la frescura que salpica pieles de gotas de rocío.
«Vengo de muchos libros y de muchos apremios que la imaginación dejó inconclusos. Vengo también de un viaje absolutamente maravilloso que no hice nunca a Sarnarcanda.
Y de un temor consecutivo vengo igual que de una madre.
Soy esos hombres juntos que mutuamente se enemistan y ando a tientas buscando el rastro de una historia donde no comparezco todavía.
¿Será por fin ese protagonista que desde siempre ronda entre mis libros y que también está aquí ahora sustituyendo a quien no sé?
Solo el presente pude modificar el pasado»
Como «da capo» de su poesía recalo en su preocupación por la palabra.
«Creo honestamente en la capacidad paliativa de la poesía, en su potencia consoladora frente a los trastornos y desánimos que pueda depararnos la historia. En un mundo como el que hoy padecemos, asediado de tribulaciones y menosprecios a los derechos humanos, en un mundo como éste, de tan deficitaria probidad, hay que reivindicar los nobles aparejos de la inteligencia, los métodos humanísticos de la razón […] Leer un libro, escuchar una sinfonía, contemplar un cuadro, son vehículos simples y fecundos para la salvaguardia de todo lo que impide nuestro acceso a la libertad y la felicidad. Tal vez se logre así que el pensamiento crítico prevalezca sobre todo lo que tiende a neutralizarlo. Tal vez una sociedad decepcionada, perpleja, zaherida por una renuente crisis de valores, tienda así a convertirse en una sociedad ennoblecida por su propio esfuerzo regenerador. Quiero creer -con la debida temeridad- que el arte también dispone de ese poder terapéutico y que los utensilios de la poesía son capaces de contribuir a la rehabilitación de un edificio social menoscabado. Si es cierto, como opinaba Aristóteles, que la “la historia cuenta lo que sucedió y la poesía lo que debía suceder”, habrá que aceptar que la poesía puede efectivamente corregir las erratas de la historia y que esa credulidad nos inmuniza contra la decepción. Que así sea.»
La palabra que envilece y que honra, la palabra que salva y construye pensamiento –que es sentimiento-; y que evoluciona –revoluciona- las ideas, las construmbres y tradiciones, de antaño, en futuro generoso de amplias miradas.
«Lo que me preocupa es la búsqueda de esa palabra insustituible que de pronto abra una puerta, rompa un sello y el lector se asome a un mundo desconocido, ignorado hasta entonces, y que le proporcione de alguna forma una emoción mueva.»
«Qué palabra inhumana la palabra certeza, dije en difusos días discordantes. Pero aquí no hay respuestas, sólo preguntas imprecisas, volubles, provisorias. Nada es palmario, ni veraz, todo es versátil y azaroso. Pobre de mí que, después de tantas tenaces pretensiones, apenas he logrado dudar de unas pocas materias esenciales de la vida».
La palabra milenaria -de esta historia de nuestra humanidad o inhumanidad- que surca los mares de la indignidad a la dignidad, de la opresión a la rebelión y del abuso al respecto.
«Sabe esperar, aguanta que la marea fluya
-así en la costa un barco- sin que el partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
porque la vida es larga y el arte es un juguete.
Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguanta sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa.»