Otra semana que pugna por sacar la cabeza y buscar su lugar en el mundo. Se tiene por nefasto o -al menos- antipático el lunes, sin aducir muchas razones para ello. De hecho debería ser al contrario.
Es un estreno de semana y cuando éramos niños los estrenos siempre nos fascinaban por esa carga indefinible de sorpresa o de actividad por hacer.
¿Por qué, pues, nos resulta negativo algo que debiera ser positivo?
Tal vez sean tiempos de inquietud y desasosiego.
Nos aferramos a las seguridades por muy patéticas que sean, por muy pedestres y banales, por muy escatológicas incluso, por sentir el calorcillo de la cama aunque los muelles del colchón estén ya desvencijados y nos creen cardenales por todo el cuerpo y el presunto descanso no sea más que otra forma de martirio.
Nos conformamos con poco y cada vez con menos.
Nos repetimos hasta la saciedad que «vale más malo conocido que bueno por conocer», refrán reaccionario donde los haya porque niega el goce -o la desgracia, el otro material que conforma nuestra vida-, y el conocimiento mismo.