Hoy me toca pagar el alquiler, el agua y la escalera (la luz de ésta) y, aunque a lo largo de los años esta práctica que inaugura el mes en curso, se ha convertido en habitual, la sensación de pérdida y de empobrecimiento súbito no me abandona. Es comprensible, porque el desembolso alcanza a la mitad de mi magra pensión y esa sensación de poderío que experimento al comprobar cada día 25 que el dinero me ha sido ingresado en la cuenta del banco, se esfuma a los cinco días que le siguen.
No sé si lograré superar alguna vez esa dicotomía de riqueza seguida de la pobreza (no miserable, que tampoco es eso). Hoy lunes y antes de pasar el sobre con la billetada a Concha (mi patrona), he decidido pasar por el mercadillo que se monta los lunes en el entorno de la plaza de santa Ana y renovar mi dotación de calzoncillos. Descubrí un puesto que los tiene de una calidad aceptable, son cómodos por elásticos, y a precio muy barato. Si lo dejara para el lunes próximo no cambiaría en nada mi situación pecuniaria pero yo volvería al modo virgen del puño (me persigue a partir de hoy la realidad de lo precario de mis recursos) y tal compra me iba a parecer carísima y hasta innecesaria.
Esta dinámica dual prolonga indefinidamente la vida útil de mis calzones cuando las gomas de la cintura hace tiempo que perdieron su necesaria elasticidad y dan de sí lo suficiente como para no poder resistirse a la inevitable fuerza gravitatoria y venirse abajo. La cosa no tendría más importancia de no ser porque, ahora que ya se acercan los calores, la permanencia en casa hace que la llamada ropa interior se convierta en exterior y única. Resulta sumamente incómodo andar sujetándose los calzoncillos cada vez que tengo que realizar alguna tarea que me obligue a desplazarme por la casa o a mantenerme erguido. Mear es el caso más dramático, porque tengo que utilizar ambas manos: una para apuntar con la chorra a la taza y la otra para evitar el despeñamiento por el barranco de mis piernas. Los paseos no se ven demasiado afectados por esta circunstancia ya que los pantalones ejercen de muro de contención.
Tras este amago de reflexión completamente idiota…¡Qué voy a comprarme calzoncillos antes de pagar el alquiler!