LA CARA B DE LA VOLUNTAD DE JORGE RUEDA

Publicaciones

Han pasado 10 años del trauma de la quema del archivo de Jorge Rueda. Siempre me ha dolido visualizarlo, aunque fuera en mi imaginación. Lo siento. Solo he podido ver el documental una vez. Y aquella vez lo vi con rabia, con lágrimas en los ojos. Hasta aquí, la manifestación privada de mi emoción.

Más allá de todo eso, la perspectiva de los años nos hace ver las cosas de una manera más clara. Verles la cara B, que es siempre más lenta, más tranquila, menos chillona. El tiempo ayuda a iluminar los hechos que, independientemente del tiempo, no podrán cambiar. En el ejercicio de asumir aquello que pasó, tal como pasó, surge el aprendizaje para acometer cambios en el presente. Una década hace balance y no podemos decir que nos encontremos en el mismo contexto. Al revés que nosotros, los tiempos no envejecen con el paso del tiempo, sino todo lo contrario. Lo contemporáneo siempre es joven respecto al pasado. Y en esta juventud explosiva y azarosa del momento presente es donde tendremos que encontrar explicación a nuestros fracasos. Pero, aún más allá: este cambio de perspectiva que nos ofrece el tiempo es para replantearnos que aquello que habíamos entendido como un fracaso en el esfuerzo de «salvar» el archivo de Jorge Rueda, no lo fue tanto.

Hablamos ahora de temas serios y transcendentes. Hablamos de la muerte de un amigo. Cuando supimos que se aproximaba el final inevitable de Jorge quisimos cambiar lo que nos parecía evitable, el destino de su archivo. Si era imposible detener aquella enfermedad obstinada, ¿nos iba a faltar obstinación a nosotras para detener el fuego? Y Jorge nos permitió el intento, ahora lo pienso, como un juego. Peleamos para buscar medios, para suscitar el interés en las instituciones. Jorge nos dejaba hacer, quizá sabiendo que no seríamos capaces, como para reafirmarse. Comprobamos enseguida que no habría tiempo, pues la burocracia es férrea y las mesas de dialogo pocas, la visión de los gestores limitada y el encogimiento de hombros casi unánime por parte de los responsables indicaba que la suerte estaba echada, que la quema iba a ser inevitable, que todo se deslizaba por el cauce de la «voluntad» de Jorge para demostrar el grado de inoperancia de la administración, el grado de ceguera de los responsables. Eso es lo que sentimos entonces. Y hoy entendemos que aquella voluntad de autoinmolación fue la consecuencia de cientos de autopredicciones: la coherencia más allá de la muerte.

Hoy tenemos eso, con eso nos hemos quedado, con mantener la inercia de aquel primer lanzamiento, aquella provocación dadaísta. La larga puntada con hilo, que dice Rocío Gutiérrez. La misma llama encendida para actualizar en cada acto el discurso de Jorge Rueda, único elemento, esencial, inmaterial, con el que contamos. ¿Cómo reaccionaríamos hoy ante una amenaza semejante? He hablado con diferentes fotógrafos acerca del tema. Son muchos los que están purgando sus archivos, segregándolos, para que no ocurra ninguna explotación descontrolada más allá de su muerte. Muchos otros están ordenando, catalogando, enluciendo, para hacer entrega y donación, sin contrapartida económica. Los más se preguntan dónde hacerlo. ¿Las administraciones, qué han aprendido con el gesto de Jorge? Nada, o casi nada. Han reaccionado ante alguna amenaza, pero los breves paréntesis de acción no pueden crear una estructura. Y andando el tiempo, la situación actual presenta problemas diferentes que aún no se entienden como problema. La precariedad de los archivos digitales, sin ir más lejos.

Estaba claro que Jorge Rueda no quería que nadie se pudiera aprovechar de su archivo para ponerse medallas en el descubrimiento de otro Jorge Rueda en un futuro. Para él, ser «fotógrafo» no solo era apretar el disparador de la cámara en cualquier circunstancia. El fotógrafo es el curador, también el editor de su archivo. El que toma las decisiones pertinentes para integrar o apartar imágenes, por buenas que estas parezcan. Así, hoy nadie puede ocuparse de seguir siendo Rueda después de muerto Rueda. Fue tajante. La cosa se acabó. Ha dejado poco margen para que usáramos sus fotografías. Quedan muy pocos ejemplares de copias. «Human», adquirida por el CAF, es probablemente el único conjunto creado por él.

Mientras vivió interpretamos sus proclamas incendiarias como un rechazo a la apropiación indebida del mercado. Que nadie pudiera sacar partido económico de su trabajo más allá de su vida. «La vaca que da la leche también tiene que comer». Pero según pasa el tiempo vemos en su voluntad un rechazo al apropiacionismo y la tergiversación de las ideas. Las fotografías son ideas volátiles que se posan inocentemente en la obra de otro autor, la enriquecen y cambian su color. Jorge Rueda al morir rompió su molde, quemó su archivo, pues no tiene sentido que otros metan mano más allá de su existencia en aquel conjunto de ideas que únicamente ilustraban los gestos de su vida. Se acabó.

¿Qué pasa al desaparecer el archivo en «bruto»? Desaparece también la posibilidad de ser explorado por curadores y gestores culturales con la intención de desvelar nuevas imágenes en aras de su «calidad» o «interés» adaptados a las nuevas modas y corrientes artísticas. El archivo de autor de alguna manera se convierte en banco de imágenes para ilustrar ideas, a disposición de la creatividad o el oportunismo. «Lo inédito» es un peligro para el discurso del autor. Es un descubrimiento que ya no podrá llevar su firma sino la de un tercero, situación que evidencia la incapacidad del autor para detectar lo bueno e interesante de su obra.

La fotografía es múltiple porque las imágenes se multiplican y sentimos esa inquietud de no poder poner cancelas en un mar que surge a borbotones. Esa es su esencia y cada innovación tecnológica llega para demostrarlo. Millones de imágenes incontroladas, la misma foto desde el mismo punto de vista millones de veces al año. ¿Nos hemos resignado ya a este hecho o seguimos protestando en aras a una imagen única y categórica? Pero conviene distinguir sin prejuicio, sin aniquilar el potencial de la nueva imagen, que son múltiples también los usos y las aplicaciones, múltiples las maneras, diversos los contextos, las reverencias que suscita, los misterios que engendra. Quizá a estas alturas tendríamos que haber buscado más palabras para diferenciar todas esas formas que adopta la imagen, tránsfuga entre disciplinas tan dispares como el periodismo o el arte y todo lo que hay en medio. Pero no es necesario. Es así porque nos conviene su fragilidad ontológica, para poder echar mano y cambiar etiquetas, precios y apreciaciones, ubicaciones entre el mercado o el museo. Solamente los autores deberían ejercer el veto a la recalificación para poner fin al juego. Así lo quiso Jorge Rueda con su legado. Por eso quemó su archivo.

Una vez digerido el trauma de la muerte de Jorge antes de lo que le tocaba, quisimos conjurar su muerte definitiva para la Historia impidiendo aquella segunda muerte en la quema de su archivo. Tantas anécdotas nos han probado que lo peor no es la desaparición de un archivo. Lo peor es la disolución del discurso del autor cuando su archivo cae en manos de los que lo van a tergiversar. Ese peligro Rueda lo ha evitado. Su palabra profética seguirá activa en sus publicaciones, para los interpretes del futuro. En los libros y catálogos, solamente.

Frente a este dictado nos hacemos muchas preguntas. ¿Se ha olvidado Jorge de indultar a sus fotomontajes y autoediciones? Ciertamente es este legado el que podría haberle aportado algún beneficio económico a sus herederos, sin merma de su discurso creativo. La edición de los fotomontajes lleva implícita la marca del autor, es en sí una edición, pero única. Quizá eso no se tendría que haber quemado. «Salvo libros y catálogos y fotomontajes», tendría que haber escrito Jorge. Pero no lo hizo. En cualquier caso, entendemos esa radicalidad de discurso, puesto que los libros van cosidos y llevan las leyendas y los títulos necesarios para cerrar su interpretación. Los libros los tiene «cualquiera» que los haya comprado en su día. Mientras que las obras sueltas se prestarán a estar allá donde su autor no hubiera querido. Ojalá que, para el resto de sus admiradores, todas esas obras únicas estén publicadas en libros o en catálogos.

Esa es la otra pregunta que nos hacemos ¿fue capaz de publicar todo aquello necesario para dejar un legado completo de sus ideas, de sus visiones, en libros y catálogos? El compendio que está recopilando «Salvo libros y catálogos» demuestra que Jorge Rueda tenía clara la huella que dejaba en las publicaciones en el momento que da la orden de quemar su archivo.

Jorge Rueda no fue un fotógrafo al uso que hablara solamente a través de las imágenes. Fue un intelectual que enseguida que tenía algo que decir empleaba el fotomontaje y la palabra. La foto no era suficiente. Fue consciente del acto de materializar «la obra» en las publicaciones, lo que conlleva el deshecho de los borradores que sirvieron para su construcción. Con el gesto de desechar, nos ha evitado la elucubración acerca de los descartes, de los pentimentos, del material en bruto en las hojas de contacto. También son borradores, aunque nos escueza la idea, los negativos como materia prima de su discurso. Nos ha facilitado el trabajo para no errar en la interpretación. Pero su fórmula no se puede aplicar a todos los fotógrafos ni a todos los archivos.

No en todos los casos contamos con publicaciones suficientes en vida del autor que dejen un testimonio claro de una «obra». Tampoco todo archivo es una «obra». En otros casos podemos decir que el archivo es «la obra». Cuando es así, el autor nos lo ha indicado con mil detalles de cuidado, de organización. Los itinerarios para recorrer un archivo son indicadores de su interés. Los trazos que revelan su contenido. O no.

También pueden ser bloques impenetrables, caóticos, mapas indescifrables dispuestos para recorridos libres. No todos los archivos son iguales, ni todos los fotógrafos, menos aún las fotógrafas, han tenido tantas ocasiones en su vida para lograr publicaciones y dejar huella. Jorge fue editor en un momento muy concreto de la historia de España en el que las revistas eran plataformas de dialogo, en el que la confrontación de ideas, la libertad de expresión, pasaba por la publicación de las fotografías. Fue periodista, también. Y tuvo la suerte de publicar mucho, de divulgar mucho. Recordemos que en sus últimos años publicaba online, compartiendo su trabajo de manera muy generosa.

En estos diez años no nos ha abandonado la reflexión acerca de la pérdida de tantos archivos, ya sean o no «de autor». Las conclusiones siempre se han tenido que ver a la luz del fuego que se prendió, por voluntad de Jorge, en su archivo. Hemos hecho recuento de situaciones de todo tipo. Desde archivos perfectamente conservados bajo la custodia institucional cuya preservación ha desactivado la fuerza autoral contenida en ellos. En algunos casos sometidos a la utilidad por el valor documental/comercial de las imágenes. La preservación de los derechos de autor medidos en parámetros económicos, olvidándose de los derechos morales, denigrados por el contexto de la publicidad. Sesgados por la censura o lo mojigatería, o la predisposición política a borrar elementos incómodos de la historia. Pero por el efecto contrario de querer hipertrofiar los discursos, de darle una transcendencia que no tienen, hemos visto cómo conjuntos interesantes para la historia fueron despreciados en la ventanilla de los museos porque les faltaba el marchamo autoral y la pretensión artística. Y los desorientados portadores no supieron encontrar otra puerta más adecuada donde abandonar la canastilla. En cambio, otros archivos sin interés fueron elevados a la categoría de arte, siendo el artista su descubridor. Así se ha ido ensanchando la historia de la gran fotografía. Pero la historia, la construcción de la historia, sigue padeciendo el recorte de documentos cuando las instituciones archivísticas remolonean a la hora de compartir documentos en red. Pereza institucional. Falta de recursos. Falta de visión. Falta de cultura y conocimiento. Envejecimiento y endogamia. Incapacidad de dedicarle unos minutos al día a la humilde labor de navegar por las redes y «mirar» lo que otros hacen y cuelgan para la constitución del gran legado humano de la memoria. En cambio, también hemos visto contenedores de basura en los que han aparecido fondos periodísticos. (No es de extrañar: ahora en las facultades de ciencias de la comunicación han desaparecido las asignaturas de fotografía igual que en los diarios van desaparecido los fotógrafos.).

En los últimos veinte años ha cambiado la sustancia de los archivos: las imágenes ya no son objetos en su mayoría y, por lo tanto, no arderán de la misma manera que los archivos de celuloide y papel. Los archivos intangibles de imágenes en la nube no arden con fuego, ni a voluntad ni por accidente. Ya de entrada no existen. No ocupan lugar. No estorban. No crean un problema de acumulación en las estanterías. Así como los archivos analógicos requerían un cuidado y un orden, una purga constante, los archivos digitales pueden desaparecer de un día para otro sin que nadie lo perciba. Viven en la constante amenaza de la desaparición. Nadie los encontrará en el Rastro, nadie los recuperará. De alguna manera la historia se salvaguarda del caos. ¡Qué bendición salvífica cuando desaparece una copia de seguridad y volvemos al punto cero de nuestra actividad! Sentimos que de manera natural se han ido los borradores innecesarios. Todo lo que se hubiera publicado, todo lo que se hubiera impreso y editado, quedaría guardado para la memoria. En estos tiempos de virtualidad, el papel vuelve a ser el soporte de garantía, que nos vuelve a ligar a la continuidad cultural desde las primeras civilizaciones.

Si lo pensamos, es agobiante la singularidad de los hechos y los seres que la fotografía lleva acumulando durante casi 200 años desde su invención. No tenemos la constancia de haber visto en años la fotografía de un rostro idéntico a otro, ni siquiera el mismo monumento se muestra idéntico a sí mismo con el paso del tiempo en las fotografías. Sin archivo que le sirva de medida al tiempo, cualquier imagen que vuela sola se muestra en un presente eterno: todos los animales son el mismo animal en el tiempo, todos los seres humanos el mismo ser en el tiempo.

El archivo documental de imágenes pone en marcha el tiempo y, como pasa con los yacimientos arqueológicos, de alguna manera, nos aleja del mito.

¿Qué pasa cuando el autor no ha ejercido su voluntad, cuando no se le ha escuchado, cuando ha muerto desganado en la vejez o de golpe en plena juventud sin posibilidad de orientar su legado? Le hemos dado muchas vueltas a la necesidad de establecer un Plan Nacional de la Fotografía en el que un equipo de personas expertas, constantemente renovado, pudiera ayudar y orientar a la administración cuando llegara el momento de preservar aquel legado fotográfico que es de auténtico interés para la cultura, para la historia. Cuando decimos «auténtico» nos escuece, porque sabemos que no existe autenticidad fuera de intereses y prejuicios ya sea de personas, equipos de trabajo o mentalidades arraigadas a su tiempo. Habría que luchar por constituir equipos lo más heterogéneos posible, cuyo criterio sobrevolara los caprichos e imperativos de cada época. Que tuvieran sobre la mesa el reloj biológico de los fotógrafos y fotógrafas a punto de jubilarse y que el despertador soltara la pregunta automática: ¿qué piensas hacer con tu archivo? ¿necesitas ayuda? Un equipo tras una ventanilla única que sepa derivar cada caso a diversas mesas de diagnóstico. Su cometido sería auscultar las necesidades que oprimen a los fotógrafos y fotógrafas, a los archivos, a los coleccionistas, a los depositarios desesperados e ignorantes del valor de sus herencias y a los que, por fortuna, o por desgracia, responsables o no, hubieran encontrado un conjunto de fotografías en el contenedor de la basura. Es necesario que ese equipo autónomo, más allá de cualquier institución, llevara a cabo la misión de orientar la adjudicación de partidas presupuestarias anuales, consolidadas, finalistas, fijadas por el Estado a las Autonomías, entre una cantidad mínima esencial y el máximo utópico que pudiera regalar los periodos de vacas gordas. Pero que ese mínimo presupuestario pudiera garantizar una serie de proyectos anuales de compra, restauración y conservación, apoyo a entidades y desarrollo de proyectos creativos. De la misma manera que los presupuestos del Estado garantizan -de momento, esperemos que esto no se derrumbe- que todas las escuelas públicas abran sus puertas en septiembre. De momento no existe nada parecido para la fotografía. Por curiosidad he revisado el papeleo presupuestario de la dirección general de Bellas Artes para Archivos y solamente se menciona la palabra fotografía en tres ocasiones, no como epígrafe, sino en medio de un párrafo y seguido de un etcétera. Ese es su lugar específico, como un objeto tratable, no como una problemática del alcance de las Artes Plásticas.

Somos simples a la hora de soñar soluciones. Entendemos el «archivo fotográfico» como una acumulación física de objetos organizados con un criterio de catalogación que ayude a actualizar su contenido mediante la búsqueda y la extracción de conocimientos. Seguimos pensando en un contenedor físico de ladrillo para acoger cosas. Las cosas pueden estar en múltiples armarios hoy día. Lo que nos hace falta es un gran cerebro que las relacione y que nunca descanse, que conozca las necesidades, que atienda a las fugas. La tecnología ya lo permite. Ahora falta la voluntad y la acción.

Ha habido medidas y gestos, sí. Pero de momento, los presupuestos se adjudican de manera precipitada para atender urgencias flagrantes o para poner en marcha proyectos de interés estratégico para el partido político de turno que se desinflan pasados cuatro años, por muy importantes que fueran. La fotografía es víctima de una falta de estructura general, de un marco social y político que garantice su protección y el despliegue de sus dones en cualquier estamento al que esté ligada. Un plan nacional de la fotografía ayudaría a tomar decisiones respecto a los presupuestos necesarios para «salvar» archivos en situación de riesgo. Para ayudar a los fotógrafos y las fotógrafas que llegan al final de carrera con el peso incómodo de un archivo por custodiar. Es necesario un trabajo sistemático para atender esas crisis, para potenciar programas creativos, publicaciones para engordar las bibliotecas y para ayudar a tirar adelante proyectos como este que nos ocupa, la cara B de la voluntad de Jorge Rueda.

Laura Terré © 

Barcelona, a 17 de noviembre de 2021

Referencias:

*.- Foto de álbum, cortesía de Rocío Gutiérrez. Jorox, Alozaina.
*.- «MAL DE OJO» -Págs.6/7- Mestizo, Murcia, 1997. Incluido en el INDEX de «Salvo libros y catálogos»
*.- ZONEZERO. Captura pantalla del texto incluido en «DESATINOS» Ediciones Siglo XXI, Málaga. 2000. Incluido en el INDEX de «Salvo libros y catálogos»
*.- Capturas de pantalla de audiovisual. Incluido en el INDEX de «Salvo libros y catálogos»
*.- «HUMAN» Págs.20/21- Centro Andaluz de la Fotografía. Lunwerg Editores. Barcelona, 2007. Incluido en el INDEX «Salvo libros y catálogos»
*.- Captura de pantalla «El espíritu de la coherencia» por cortesía de Carlos Canal. Incluido en el INDEX de «Salvo libros y catálogos. Edición de la fotografía en España, tras la voz de Jorge Rueda»
*.- Portada dossier «SALVO LIBROS Y CATÁLOGOS. Edición de la fotografía en España, tras la voz de Jorge Rueda». Por Jaime Narváez.
«Salvo libros y catálogos» es una investigación en torno a las ediciones de fotografía en España que, tras las referencias biográficas del fotógrafo y editor Jorge Rueda, constituyen su base documental y conforman un fondo de catalogación a cargo de Lucia Osuna.
Un recorrido, dirigido por Julián Barón y Rocío Gutiérrez, que pone en valor la representatividad y la relevancia de las publicaciones, presentado en el «Encuentro para profesionales» organizado junto a FIEBRE PHOTOBOOK 2020 en el que se invita a voces cualificadas relacionadas con la investigación.
«Nuestra investigación, fiel a su testamento, toma como punto de partida mirar aquello que salva, y que perdura hoy, impreso en libros, revistas y catálogos. Una obra en sí misma atravesada por un torrente de artículos, entrevistas, textos críticos y de acompañamiento. Y pone en valor la visualidad y relevancia de las publicaciones que son referentes y legado hoy. Desde la inauguración de la muestra online «Salvo libros y catálogos», en diciembre de 2020, hemos recibido mensajes y aportaciones de amigos y profesionales que ha dejado su testimonio, compartido un documento, un archivo o una publicación. Os invitamos a colaborar en el «Libro de Visitas», convencidos de que aún quedan ítems para expandir la investigación. Así como voces referentes y publicaciones, de toda índole, que incorporar al recorrido tras la voz de Jorge Rueda.»

Te invitamos a ser partícipe y comentar lo que te parezca en la Salita de estar

Share This